La deuda de Pemex con proveedores supera los 400 mil millones de pesos y está asfixiando a cientos de empresas. Miles de empleos se han perdido en Campeche, Tabasco y Veracruz. La crisis no solo es financiera, ya es social y regional.
En los campos petroleros del sureste mexicano —Campeche, Tabasco, Veracruz— la frustración crece a diario. No es el precio del crudo ni los huracanes lo que más preocupa a los empresarios del sector energético, sino algo mucho más desesperante: Pemex no paga.
Al primer trimestre de 2025, la deuda de la empresa estatal con sus proveedores alcanzó los 404 mil millones de pesos, según la Asociación Mexicana de Empresas de Servicios Petroleros (AMESPAC). Es un incremento del 260% respecto a 2018. El gobierno federal, en voz de la presidenta Claudia Sheinbaum, anunció un primer pago de 147 mil millones de pesos, pero la realidad en los estados es muy distinta.
Pequeñas y medianas empresas petroleras están quebrando, literalmente. No se trata solo de cifras en un informe financiero. Son talleres cerrados, empleados despedidos, nóminas impagadas y contratos incumplidos. En Campeche, Tabasco y Veracruz —zonas que dependen del dinamismo de la industria petrolera— el impacto ya es social.
“Muchas compañías están al borde del colapso. Han comprometido sus patrimonios, han despedido a sus empleados, y Pemex no responde”, advierte Rafael Espino, presidente de AMESPAC y exconsejero independiente de Pemex. Su organización contabiliza ya más de 13,800 despidos por falta de pago. Y no hay señales claras de cuándo se regularizará la situación.
El drama es mayor porque ni siquiera todos los trabajos realizados están reconocidos como deuda. Pemex solo contabiliza los contratos ya facturados (114 mil millones de pesos). El resto está “empapelado”, como lo llaman los proveedores: trabajos terminados desde hace meses, incluso desde 2024, que aún no pueden facturarse por trámites internos, filtros y procesos burocráticos que la propia empresa ha endurecido.
“Nos piden seguir operando, pero no nos pagan. Es insostenible”, relató uno de los empresarios que envió cartas a Pemex y a la presidencia de la República. Recibió como respuesta un frío correo genérico: “Se continúa con el proceso de programación de pagos, el cual se gestiona en función de la disponibilidad de liquidez de Pemex”.
El sur petrolero se hunde en silencio. Mientras se debaten cifras y promesas desde la CDMX, en Villahermosa, Coatzacoalcos y Ciudad del Carmen se acumulan los despidos, los cierres y la desesperación.
En paralelo, la empresa estatal sigue acumulando pérdidas. En el primer trimestre de 2025, Pemex reportó pérdidas por 43 mil 328 millones de pesos. Su gasto de inversión se redujo 63%, lo que ha paralizado obras, taladros, exploraciones. La producción sigue cayendo: se ubicó en 1.615 millones de barriles diarios, muy por debajo de lo necesario para mantener su operación sostenible.
Y como si fuera poco, dentro de Pemex también hay crisis interna: se han anunciado 3 mil despidos de empleados de confianza, incluidos trabajadores que estaban a punto de jubilarse.
La presidenta Claudia Sheinbaum ha prometido que los pagos se empezarán a normalizar a partir de este mes, comenzando por Campeche y luego Tabasco. La Secretaría de Medio Ambiente estatal en Tabasco aseguró que en seis meses podría regularizarse todo. Pero es una promesa más, como tantas que han escuchado los proveedores en los últimos años.
Porque el problema ya no es financiero. Es de confianza. Pemex, que alguna vez fue símbolo de desarrollo y orgullo nacional, hoy genera desconfianza y asfixia a quienes lo sostienen desde abajo. Las microempresas, los proveedores de logística, los que alquilan maquinaria o hacen trabajos especializados ya no ven un aliado en la empresa del Estado. Ven un cliente moroso, opaco e inalcanzable.
Y eso, más que los números en rojo, es lo más peligroso para la industria petrolera de México: que los proveedores pierdan la fe y cierren la puerta. Porque una vez que se rompe esa cadena, no hay producción ni reforma que la repare.