Pemex enfrenta su límite financiero. Solo las alianzas con el sector privado, retomando el modelo de la reforma energética, pueden devolverle viabilidad y competitividad.
Pemex atraviesa un momento decisivo. La petrolera más endeudada del mundo intenta mantener a flote un modelo financiero frágil mientras la producción se estanca y las refinerías apenas sostienen su ritmo. En este contexto, los contratos mixtos y las alianzas con el sector privado no son una opción política: son una necesidad económica.
Claudia Sheinbaum informó en su Primer Informe de Gobierno que Pemex ha firmado 11 contratos mixtos con privados, aunque sin detallar sus términos. Su director, Víctor Rodríguez Padilla, ha dejado abierta la posibilidad de más asociaciones, recuperando —quizás sin admitirlo— el espíritu de la reforma energética de 2013, impulsada por Enrique Peña Nieto.
Y es que, pese a las resistencias ideológicas, el diagnóstico es claro: Pemex ya no puede cargar solo con el peso de la producción nacional. Su deuda de casi 99 mil millones de dólares, más 22 mil millones pendientes con proveedores, limita su capacidad de inversión. Los contratos mixtos —aunque poco atractivos bajo el esquema actual de regalías— deben evolucionar hacia verdaderas sociedades de riesgo compartido, donde los privados aporten tecnología, eficiencia y capital.
El IMCO advierte que, bajo las condiciones actuales, estos esquemas apenas sumarían 327 mil barriles diarios a la meta de 1.8 millones para 2030. La razón es simple: Pemex no inspira confianza ni certidumbre. Sin cambios en la gobernanza y transparencia, los inversionistas seguirán viendo más riesgos que oportunidades.
La administración de Sheinbaum parece entenderlo. A diferencia de su antecesor, ha dejado abierta la puerta a las asociaciones bajo modelos de producción compartida y licencias, vigentes desde la reforma peñista. Es el camino correcto. México necesita que Pemex deje de ser un monopolio agotado y se convierta en un socio inteligente.
La autosuficiencia no se construye con discursos, sino con alianzas. La participación activa del sector privado es la única vía real para rescatar a Pemex de su fragilidad estructural y convertirlo, de nuevo, en motor del desarrollo energético nacional.





