Las importaciones de gas desde EE. UU. bajaron por fallas en ductos, presionando a Waha. La industria del norte necesita coberturas, redundancia y lectura fina de señales operativas.
La manufactura mexicana —automotriz, vidrio, acero, alimentos— vive colgada de una arteria: el gas natural texano. En septiembre, esa arteria palpitó más lento: las importaciones por ducto a México promedian 7.27 Bcf/d al 25 de septiembre, por debajo del promedio veraniego de 7.55 Bcf/d, debido a mantenimientos y restricciones en infraestructura que conectan la cuenca Pérmica con los cruces hacia México. El dato no es anecdótico; marca la diferencia entre una semana sin sobresaltos y otra con costos energéticos desalineados para plantas en Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila y Chihuahua.
El efecto inmediato se reflejó en el hub Waha, donde los precios colapsaron en la previa de Bidweek por cuellos de botella y salidas limitadas de gas. Cuando el gas se embotella en Pérmico, el basis Waha amplifica su volatilidad, incluso cayendo a terreno negativo en episodios de obra o fallas. Ese patrón volvió a asomar esta semana. Para México, que depende crecientemente de ese gas, las señales que envía Waha son termómetro y alerta temprana.
La foto de fondo es conocida: la dependencia mexicana del gas estadounidense crece, en paralelo a la caída de la producción nacional y a un nearshoring que empuja la demanda eléctrica e industrial. Las métricas de 1S25 ya hablaban de récords de importación, y analistas anticipaban una relación estructural más estrecha con el gas texano. Nada de eso es malo por sí mismo; sí exige gestión fina del riesgo.
¿Qué hacer cuando “se aprieta la llave”? Primero, coberturas y contract strategy: revisar el mix entre capacidad firme e interruptible, los indexadores (Waha/HH) y los collars para suavizar picos, particularmente en líneas que alimentan a parques industriales. Segundo, redundancia física: válvulas de flexibilidad (dual-fuel en calderas críticas, inventarios de GLP/diésel de seguridad, compresión adicional en sitios con caída de presión recurrente). Tercero, inteligencia operativa: tableros que lean balances diarios de CENACE, spreads Waha-Houston, boletines de mantenimiento en ductos y avisos de capacidad para anticipar desbalances antes de que se materialicen en la factura.
En el horizonte, la ingeniería no ofrece soluciones mágicas inmediatas. Firmas de riesgo señalan que la estabilidad de Waha luce esquiva hasta que nueva capacidad de salida entre en operación hacia 2S 2026; hasta entonces, los periodos de mantenimiento seguirán tensando la cuerda. Es una llamada a profesionalizar la planeación energética empresarial: los equipos de compras y de operación ya no pueden funcionar en silos.
El gobierno, por su parte, tiene una carta pendiente: almacenamiento estratégico. CENAGAS reconoce la necesidad de ampliar la capacidad de almacenamiento subterráneo para absorber choques como los que hoy recortan importaciones y, mañana, podrían superponer una ola de calor, un frente frío o una contingencia en Texas. Mientras esa infraestructura madura, el costo de la resiliencia recae en contratos y en disciplina operativa.
El nearshoring quiere certidumbre. Esa certidumbre no es prometer que nunca habrá fallas, sino saber leer el tablero: entender cuándo Waha manda señales de estrechez, qué ductos están en obra, cuál es la elasticidad real de la demanda de tu proceso, y cómo monetizar cada punto de flexibilidad sin detener líneas. En los próximos meses, ese será el diferencial competitivo entre plantas que “aguantan” y plantas que lideran.





