La reestructura financiera y operativa anunciada por Claudia Sheinbaum busca salvar a Pemex, pero enfrenta un entorno crítico de deuda, baja producción y falta de liquidez. El reto: transformar con urgencia una empresa que se queda sin tiempo ni recursos.
La presidenta Claudia Sheinbaum ha confirmado lo que desde hace meses se esperaba: su administración trabaja en una reestructura profunda de Petróleos Mexicanos (Pemex). El objetivo, dijo, es sanear las finanzas de la empresa, estabilizar su producción y fortalecer su papel estratégico en el desarrollo del país.
El anuncio, aunque todavía sin detalles concretos, llega en un momento crítico. Pemex atraviesa una de las crisis operativas más delicadas de su historia. Solo en mayo de 2025, la producción cayó a 1.615 millones de barriles diarios, lo que representa 205 mil barriles menos que en 2024. La empresa ha dejado de perforar pozos, ha recortado operaciones y acumula una deuda que supera los 100 mil millones de dólares, con vencimientos inmediatos por más de 6,400 millones en este mismo año.
Sheinbaum contextualizó la situación al culpar a los sexenios anteriores de inflar la deuda sin fortalecer la estructura productiva. Pero más allá de las responsabilidades históricas, la pregunta central es si esta nueva reestructura será la acción de fondo que Pemex necesita, o si será solo un ajuste cosmético en una maquinaria que ya muestra signos de agotamiento.
Según el análisis más reciente de Ramsés Pech, Pemex podría colapsar operativamente en el tercer trimestre de 2025 si no se toman decisiones estructurales. La empresa ya ha ejercido más del 50% de su presupuesto anual en exploración y producción, y ha perforado apenas 17 de los 225 pozos planeados para este año. A este ritmo, el desplome en la producción continuará, afectando ingresos, contratos y, en última instancia, la seguridad energética del país.
¿Qué debería incluir una reestructura verdaderamente efectiva?
Primero, una reconfiguración del modelo de inversión. Pemex tiene el conocimiento técnico y la infraestructura, pero no tiene los recursos financieros ni el tiempo para operar por sí sola. Es momento de dejar de ver los contratos con privados como una amenaza a la soberanía, y comenzar a verlos como una tabla de salvación.
Pech sugiere permitir contratos mixtos en áreas donde Pemex ya tiene asignaciones, para compartir costos, acelerar la producción y asegurar liquidez para el pago a proveedores. Este esquema ya existe en otros países con empresas estatales exitosas, y no compromete el control del Estado sobre los hidrocarburos.
Segundo, la reestructura debe atacar los cuellos de botella administrativos y operativos. La eficiencia en Pemex no mejorará si se mantiene una cultura interna basada en la opacidad, la burocracia y la improvisación presupuestal. Se necesita un nuevo enfoque gerencial, con indicadores de desempeño, transparencia en los proyectos y disciplina fiscal.
Tercero, la sostenibilidad financiera. Pemex no puede seguir siendo el centro de subsidios indirectos, como el control artificial del precio de la gasolina. Esta política reduce sus ingresos y deteriora su flujo de efectivo, mientras los costos operativos se elevan por la inflación, el tipo de cambio y el envejecimiento de sus instalaciones.
El momento de decidir es ahora
La presidenta Sheinbaum ha sido clara en que mantendrá a Pemex como una empresa del Estado, pero también ha expresado su visión de hacerla moderna, eficiente y sustentable. Esa visión solo se alcanzará si la reestructura se ejecuta con profundidad, realismo y con una apertura estratégica al capital y al conocimiento externo.
Porque si hay algo que me queda claro, es que Pemex tiene una última gran oportunidad de transformarse. La inercia ya no es una opción. La caída en producción, el aumento de deuda y la presión presupuestaria no dan margen para postergar decisiones.
Pemex no necesita ser salvado por nostalgia, sino por pragmatismo. Porque su colapso no solo arrastraría al sector energético, sino a una parte esencial de la estabilidad económica del país.