El desabasto de gasolina en Puebla y Tlaxcala revela los efectos críticos del impago de Pemex a sus proveedores. Esta crisis logística podría extenderse a más regiones si no se resuelve, afectando la movilidad, economía y estabilidad energética del país.
La crisis financiera de Petróleos Mexicanos (Pemex) ya no es un tema exclusivo de estados financieros o calificadoras crediticias. Ha comenzado a tocar de forma directa a millones de ciudadanos, y su impacto más reciente se ve reflejado en el preocupante desabasto de gasolina en Puebla y Tlaxcala. Lo que hasta hace poco eran advertencias de expertos y reportes sobre deuda acumulada, hoy se traduce en ventas racionadas y estaciones con problemas de suministro.
El motivo: Pemex no está pagando a quienes le transportan el combustible.
La presidenta de Gasolineros Unidos de los Estados de Puebla y Tlaxcala, Luz María Jiménez, lo explicó sin rodeos: hay al menos 150 pipas varadas porque Pemex no ha cumplido con los pagos a las empresas transportistas. El resultado inmediato ha sido la entrega de solo un 35% del suministro habitual de gasolina en las estaciones franquiciadas. Algunas gasolineras han limitado la venta de Magna a 20 litros por vehículo, mientras que otras se quedaron sin Premium.
Y aunque el gobierno federal ha salido a decir que no hay escasez de gasolina en el país, lo que enfrentan estas regiones es una crisis logística originada directamente por la incapacidad de Pemex para cumplir sus compromisos financieros. Y esto es apenas el principio.
La deuda de Pemex con sus proveedores y contratistas no ha dejado de crecer. Solo en el primer trimestre de 2025 aumentó 11%, alcanzando los 404 mil millones de pesos. Es ya el segundo mayor pasivo de corto plazo de la empresa, solo por debajo de su deuda financiera inmediata. Más preocupante aún, algunas fuentes del sector aseguran que la deuda real podría superar los 500 mil millones de pesos.
Detrás de esta cifra hay empresas que han dejado de pagar nóminas, transportistas que no pueden costear el mantenimiento de sus unidades, y trabajadores que enfrentan la incertidumbre del desempleo. Es la cadena de suministro completa de la empresa productiva del Estado la que se tambalea.
Lo que ocurre en Puebla y Tlaxcala no es una anécdota aislada. Hay reportes no oficiales de dificultades similares en Hidalgo, y no sería descabellado pensar que la situación pueda extenderse a otras regiones si Pemex no resuelve sus adeudos. En un país donde más del 80% de los combustibles se distribuyen por carretera mediante pipas, cualquier falla logística tiene consecuencias inmediatas.
El riesgo de una escalada es real. Si Pemex no paga, los transportistas dejan de operar. Si los transportistas no operan, las estaciones no reciben combustible. Y si las estaciones no tienen gasolina, la movilidad urbana, el transporte de mercancías y la economía regional se paralizan.
Lo más preocupante es que, hasta ahora, no ha habido un pronunciamiento claro por parte de Pemex. Ni una explicación, ni una fecha concreta para la regularización de pagos. La incertidumbre crece, tanto entre los empresarios como entre los ciudadanos que dependen de un servicio básico para su vida diaria.
Esta no es una crisis menor ni un tema administrativo. Es una señal de alarma sobre lo que puede pasar cuando una empresa estratégica como Pemex comienza a fallar en lo más básico: pagar por los servicios que garantizan el funcionamiento del país. El tiempo para rectificar se agota. Y si no se actúa con responsabilidad y urgencia, lo que hoy ocurre en Puebla y Tlaxcala podría ser apenas el primer capítulo de una crisis energética mucho más amplia.